Me siento casi como
esos franceses del XVIII que en poco tiempo pasaron de revolucionarios a
reaccionarios y terminaron en la guillotina sin apenas
cambiar de opinión. Y es que yo, que me tuve por campeón de la
igualdad, estoy seguro de que terminaré dilapidado por machista
cualquier día. Hoy mismo, sin ir más lejos. Vamos a ello.
Un colectivo
pide que se retire de un concurso de carteles que se dirimirá por
votación popular la imagen de un escote. No que
no se le premie, sino que no se le deje ni participar, no sea, digo
yo, que a los malagueños (que son los convocados a decidir) les ponga el
dibujo, lo voten, impidan a sus mujeres votar otro
cartel, terminemos considerando artística la representación del
canalillo y la jodamos.
Ahora mismo leo el texto que se propone en la asignatura de Inglés a los aspirantes a superar la prueba de acceso a la
Universidad. Se trata de unos párrafos del periódico inglés The Independent donde se dice que, para los expertos, lo peor que tienen las letras sexistas del reggaeton
y de la
música en general es que las mujeres son valoradas solo por su
aspecto y su sexualidad mientras que a los hombres se les valora por sus
habilidades, inteligencia y otras cualidades. Y ahí estoy
yo que corro a buscar hombres inteligentes en las letras de las
canciones, desde Paquito el chocolatero hasta Stand by me y no encuentro nada más que bobalicones suspirando por
el favor de mujeres bellísimas y -sí- muy sexualizadas porque justamente de eso es de lo que va la cosa.
Las redes me
piden -también hoy- que suscriba una proclama para que en cualquier
conferencia o debate (no sé si exposición)
que se organice sobre fotografía haya una fotógrafa opinando,
incluso (supongo) aunque se remede el modelo de los opinadores
profesionales de los medios de comunicación, esos que hablan tanto de
lo que entienden como de lo que no.
Todos los días,
la prensa recoge el lamento por un colectivo donde las mujeres son
minoría o sufren peor trato que los hombres.
El de hoy, una pelotari campeona de todo que a los cuarenta y cuatro
años se retira sin haberse podido dedicar profesionalmente al deporte,
sin que yo entienda bien quién y por qué debería
haberle pagado un sueldo en algún momento de su vida.
No sé… Temo que
el gremio de los mecánicos del automóvil sufra en cualquier momento la
ira del feminismo porque no hay
suficientes mujeres cambiando el aceite a los motores, y ya le he
sugerido al director de mi instituto (prevenir es mejor que curar) que
no permita la matrícula de ningún aspirante a alumno de
ciclos formativos relacionados con la automoción mientras no exista
constancia de que quedarán plazas después de que se matriculen todas las
alumnas interesadas.
Yo mismo, en
fin, temo ser vapuleado en una manifestación de mujeres enardecidas por
el escaso porcentaje de conductoras de
motocicletas que hay en la ciudad, y me aterra pensar que me
descabalgarán de mi Suzuki por machista y me harán renunciar a mi modus movendi cotidiano hasta que haya tantas mujeres como
hombres manejando una bicilíndrica como la mía.
En fin. Sigo siendo un campeón de la igualdad, pero estoy en contra de la censura, de buscarle los tres pies al gato y del
victimismo sin sentido. Aunque eso me cueste la guillotina, amigas que me leéis.
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