martes, 29 de noviembre de 2016

Posverdad, mentiras y pistoleros


Una noticia de hoy dice que, durante la campaña electoral, Trump dijo una mentira cada tres minutos y medio y Clinton cada doce minutos. Subraya el periódico que, en parte como consecuencia de la diversificación de maneras en las que llega el discurso político a los ciudadanos, en este momento los hechos objetivos modelan la opinión de los ciudadanos menos que el llamamiento a la emoción y a la creencia personal (concepto de posverdad).

Establecido este hecho, no sé si merece la pena dedicar ni una sola línea más a denunciar que en España la política está construida sobre la mentira. No solo en la campaña electoral sino en el día a día de las declaraciones en los pasillos o en ruedas de prensa a las que no sé todavía por qué la prensa les presta cobertura. La mentira ha pasado de ser un recurso en situaciones excepcionales a ser la esencia del discurso político. Y eso tanto en cuestiones mayores (los barones del PSOE que estaban rejoneando a Sánchez y decían que no; De Guindos insistiendo en que los tropecientos mil millones de Bankia no los vamos a pagar nosotros) como completamente menores (el alcalde de Alcorcón diciendo que el vídeo anti-feminista está manipulado por la extrema izquierda).

Probablemente, el pp-istolero Hernando sería el político español que mejor ha comprendido la esencia de la nueva política, el mismo que dice hoy que Barberá ya no pertenece al partido así que no me pregunte usted por ella y mañana dice que dejó de pertenecer al partido para protegerla de las hienas. Es llamativo que incluso en el insulto a los demás, Hernando miente como un bellaco porque el único que alimenta su discurso de carne muerta es él. Él es la hiena, pero a los suyos no les importa. No es que no sepan de zoología, es que la figura que crea toca el corazón de los suyos, que se sienten impelidos a olvidarse de los pecados propios y hacer piña frente a los contrarios.

Creo que es La Sexta la cadena que más tiempo dedica a mostrar cómo los políticos cambian de opinión o mienten abiertamente, y aunque tiene sus millones de seguidores, el modelo no se ha extendido a otras cadenas. Probablemente, la razón no sea tanto una relativa cobardía de otros programadores de televisión cuanto la constancia de que la población asiste a este tipo de demostraciones con una actitud entre resignada y conformista, incapaz de hacer que suba la cuota de pantalla. Una suerte de ya lo sabemos más allá de lo cual conocer con detalle cuál es exactamente la mentira es solo un ejercicio de erudición. Ni siquiera servirá para tratar de convencer al cuñado de que los suyos son unos mentirosos, porque incluso cuantas más sean las pruebas a su favor, más se encastillará el cuñado en el discurso de su propio pp-istolero.

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