La metedura de pata de Colau
es consecuencia, al menos, de dos cosas. Una, las exigencias del
oficio de político de hoy, cuya ocupación principal es dar titulares y
luego ya, si eso, gestionar la cosa pública. Alguien le
sopló que Cervera gritó Viva España frente a los cubanos
independentistas y a la alcaldesa se le hizo la boca agua. “A por él,”
se dijo a sí misma. Otra, la medida intelectual de los que
la asesoran. Admitamos que la ex-activista no tenía por qué conocer
todo el callejero de su ciudad, ya que ni lo suyo era la Historia ni, a
lo que parece, se educó en un colegio de esos de la
avanzadilla pedagógica que acostumbran a indagar en el entorno de
los estudiantes. Pero entre los que la rodean, alguno tenía que haber
tenido pesquis para leer dos o tres párrafos de la
Wikipedia.
La metedura de
pata de Colau es un exponente de cómo las consignas están vulgarizando
el conocimiento. O, mejor, deshaciéndose
de él. "Que una verdad contrastada no te arruine nunca una buena
consigna", parece ser el lema de esta hornada de políticos, con máster y
sin ellos.
Todo este
asunto, que termina con la metedura de pata de Colau (empezó cuando
algún gilipollas tuvo la idea y siguió
cuando nadie le desdijo), me parece de una gravedad inusitada porque
lanza a los jóvenes varios mensajes, y ninguno bueno: el primero, si
metes la pata, métela a voz en cuello porque así parecerá
que llevas razón. El segundo, que si alguien te afea haber metido la
pata, ni se te ocurra pedir disculpas porque eso te quita aura divina.
El tercero, muy importante, qué es lo que hay que hacer para merecer una calle en tu ciudad. Y lo que hay que hacer es
decir que a
mí la unidad de España me
suda la polla por delante y por detrás; que se metan a España por el
puto culo a ver si les explota de una puta vez y se le quedan los
huevos colgando… Que se vayan a cagar a la puta playa con la
puta España… Porque ese, sí, es el mérito del tal
Rubianes. En Barcelona han nacido y vivido muchos actores y muchos
humoristas, pero sólo el charnego Rubianes ha merecido una
calle. Ni Flotats (aún vivo), ni Jordi Casanovas, ni Moisès Maicas,
ni siquiera Eugenio, el cuentachistes de catalanísimo acento, tienen una
calle en Barcelona. No porque sean peores; es que
ellos no se cagaron en España.
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