miércoles, 18 de abril de 2018

El nombre de las calles

La metedura de pata de Colau es consecuencia, al menos, de dos cosas. Una, las exigencias del oficio de político de hoy, cuya ocupación principal es dar titulares y luego ya, si eso, gestionar la cosa pública. Alguien le sopló que Cervera gritó Viva España frente a los cubanos independentistas y a la alcaldesa se le hizo la boca agua. “A por él,” se dijo a sí misma. Otra, la medida intelectual de los que la asesoran. Admitamos que la ex-activista no tenía por qué conocer todo el callejero de su ciudad, ya que ni lo suyo era la Historia ni, a lo que parece, se educó en un colegio de esos de la avanzadilla pedagógica que acostumbran a indagar en el entorno de los estudiantes. Pero entre los que la rodean, alguno tenía que haber tenido pesquis para leer dos o tres párrafos de la Wikipedia.
 
     La metedura de pata de Colau es un exponente de cómo las consignas están vulgarizando el conocimiento. O, mejor, deshaciéndose de él. "Que una verdad contrastada no te arruine nunca una buena consigna", parece ser el lema de esta hornada de políticos, con máster y sin ellos.
 
       Todo este asunto, que termina con la metedura de pata de Colau (empezó cuando algún gilipollas tuvo la idea y siguió cuando nadie le desdijo), me parece de una gravedad inusitada porque lanza a los jóvenes varios mensajes, y ninguno bueno: el primero, si metes la pata, métela a voz en cuello porque así parecerá que llevas razón. El segundo, que si alguien te afea haber metido la pata, ni se te ocurra pedir disculpas porque eso te quita aura divina.
 
        El tercero, muy importante, qué es lo que hay que hacer para merecer una calle en tu ciudad. Y lo que hay que hacer es decir que a mí la unidad de España me suda la polla por delante y por detrás; que se metan a España por el puto culo a ver si les explota de una puta vez y se le quedan los huevos colgando… Que se vayan a cagar a la puta playa con la puta España… Porque ese, sí, es el mérito del tal Rubianes. En Barcelona han nacido y vivido muchos actores y muchos humoristas, pero sólo el charnego Rubianes ha merecido una calle. Ni Flotats (aún vivo), ni Jordi Casanovas, ni Moisès Maicas, ni siquiera Eugenio, el cuentachistes de catalanísimo acento, tienen una calle en Barcelona. No porque sean peores; es que ellos no se cagaron en España.

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