viernes, 25 de octubre de 2013

La pastilla del espía

Leo en la prensa que millones de españoles han sido espiados por los espías americanos y lo primero que me preocuopa es si habré estado yo entre ellos. No sé... Si digo la verdad, me hace un poco de ilusión. Ser el objetivo de alguien tan importante hace que a uno le mariposee un poco el estómago. ¿A usted no? Aunque sea uno entre millones, estar entre los elegidos tiene su mérito, aunque no se sepa bien qué ha hecho uno para alcanzarlo. Vamos, si me entero de que yo he sido espiado y mi jefa no, se lo estaría restregando hasta el día de mi jubilación. O de la suya, la que llegue antes. No es lo mismo ser alguien de interés para Obama que no serlo, dónde va a parar. Vamos, que lejos de enfadarme como lo ha hecho mi plasmapresidente, yo pediría al jefe del espionaje de Yanquilandia que me enviase  un certificado que acreditase mi condición de espiado. Junto al título de Licenciado en Nada que tengo en el salón, iba a ser la envidia de todos mis vecinos. Estoy pensando que incluso daría una fiesta a lo embajador de las películas para presumir de mi condición de espiado.
      Dice la prensa que el sistema de espionaje se deshacía en cinco minutos de los espiados sin fu ni fa mientras la información de peso podía guardarse durante años. Lo inmediato es pensar que gente como yo es uno de los primeros. Me espian, leen mis chismorreos, mis compras por internet, cuatro tonterías más y deciden que no vale la pena conservar nada. Ya. ¿Pero y si no? ¿Y si consideran que mis artículos no son solo subversivos, sino que bajo su débil apariencia y su ridículo número de lectores esconden todo un complejo sistema de transmisión de información al enemigo? ¿Y si se hubieran dado cuenta ellos, por fin, del papel clave que desde hace años juego en el complejo sistema de equilibrio político vigente en el mundo?
      Pues que, si es así, me espera  un futuro apasionante, ¿no lo cree usted?
     Yo sí. Le dejo. Voy a ver si la pastilla de cianuro sigue debajo del falso rubí que exhibo en el sello de mi anular derecho.

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