viernes, 30 de mayo de 2014

Libertad sin ira

Empeñado en no hacer nada de importancia, no suelo asistir a las citas a las que debería asisitir. Es como si algo en mi interior hubiera decidido quitarme del medio, convencido de que hace tiempo que no tengo nada que aportar en parte alguna.
     El otro día hice una excepción y asistí a la presentación de un libro-disco de Ángel Corpa. Para quien no lo sepa, que supongo que serán muchos de los pocos que me leen, Corpa fue uno de los miembros de Jarcha, que, para quien no lo sepa, fue un grupo de música popular muy popular durante la transición, cuando se hacía política cantando y cuando tan progre era tratar de practicar el amor libre (aunque no se documentó ningún caso) como rescatar el folclore para que no se lo apropiaran las folclóricas filofranquistas.
     Dejando al margen los dos chavales que jamás habrían ido por su propio pie y sus padres, que los llevaron, todos los asistentes peinábamos canas o habían dejado de peinarse antes de que Jarcha se disolviese, y eso que ya hace. Corpa habló mucho de Neruda, que es el autor al que había puesto música en el libro que estaba presentando, pero no pudo resistir contar alguna del abuelo Cebolleta a los muchos abuelos Cebolleta que estábamos allí, todos conocidos -cosas de los pequeños burgos- por lo menos desde la transición. Cada evocación del pasado despertaba la sonrisa fácil, previsible, melancólica y blandengue de los que supongo que habíamos ido a eso, a que alguien nos contase quiénes fuimos.
     Después de Neruda, Corpa cantó a lo Carlos Cano y a lo Sabina, ese tipo que lleva décadas envenándome el alma. Y terminó, claro, como todos queríamos que terminase. Admito que la canción jamás me entusiasmó, y que aquello de «y si no la hay, sin duda la habrá», siempre me ha parecido que le quedaba como a un Santo Cristo unas pistolas, que decía mi padre.
     Pero Corpa se arrancó con la primera estrofa y aquello fue el revolucionarse de las almas, el empezar a acompasar las palmas al ritmo del canto a la libertad, el entonarlo con las gargantas desentrenadas y transidas por la emoción, el ponerse en pie y sentir el vello erizado, el sentir, hay que ser masoca para asistir a estos actos, si lo sé me quedo en casa, cómo la vida ya nos había pasado por encima...

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