Conducir sin carné a mil hora por el centro de la ciudad, atropellar a un peatón y salir corriendo, tres años de
cárcel; conducir borracho y matar a otro conductor, dos años y medio; colaborar al saqueo del ayuntamiento de Marbella, dos años; pintar la gabardina de una diputada, tres años de cárcel.
Demagogia, ya lo sé.
Pero injusticia, también. Aunque lo hayan dicho los jueces. La
justicia no es lo que dictan los jueces sino aquello que permite que una
agregación de personas sea una
sociedad y no el foso de los monos de un zoo. Lo ideal sería que
ambas cosas coincidieran, pero no siempre es así.
El Tribunal Supremo ha decidido que la gabardina de una
parlamentaria vale más que la vida de un conductor embestido por un
torero famoso. Claro, que para disfrazar el
disparate confunde la realidad con una sinécdoque y dice que un
diputado es una institución, y así convierte el manchurrón de la
gabardina en un atentado contra la sociedad entera, aunque bien
podría decirse que lo que realmente era una ataque contra la
sociedad era lo que iban a votar los diputados.
El Tribunal Supremo vuelve a decir que los diputados son
ciudadanos de diferente pasta/casta que los demás, a pesar de que una
democracia se caracteriza justamente por lo
contrario.
No me cabe la menor duda de que los jueces que han dictado esa
sentencia se consideran a sí mismos instituciones y en lugar de emitir
un fallo justo han perpetrado un
crimen en defensa propia.
Esto no acredita la inexistencia de la separación de poderes
sino la ósmosis que se produce entre ellos. Por eso los gobiernos ni se
inmutan cuando los parlamentarios
(que no son instituciones porque ellas no cobran salarios) hacen trampas diciendo que se bajan el sueldo o cuando aprueban
recortes para todos los funcionarios menos para ellos mismos (las instituciones no tienen derechos que puedan recortarse) o cuando se niegan
a bajarse de la alfombra de Aladino.
Más demagogia, ya lo sé. Pero esto es lo que hoy da de sí el país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario