A eso se le llama salirle a uno el tiro por la culata. Me refiero a lo
de Susana Díaz, que quiso adelantarse a las demás elecciones para
escapar del humo y resulta que se ha visto metida en las brasas. Bien
que se regodea la vicepresidenta ahora, que se toma la revancha, ¿sabes, bonita?, de que su pupilo, ese rival tan duro que le había salido, no le aguantase un asalto en las urnas.
La heredera del califato no contaba o no se tomó del todo en serio
las turbulencias del mapa político. Hace un año o dentro de otro año,
las cosas hubiesen sido o serían mucho más fáciles. Pero en este momento
nadie quiere llegar al 24 de mayo con el bagaje de haber permitido la
constitución de un gobierno socialista en Andalucía. A quien se abstenga
en la siguiente sesión de investidura,
los demás partidos se lo harán pagar muy caro en la campaña. Los
equipos demoscópicos de las siglas implicadas en el quilombo están
midiendo cuántos escaños perderán si permiten que Susana Díaz gobierne, y
les deben de salir bastantes. Y si no les salen muchos, a nadie le
apetece pasarse quince días desmintiendo que no son amigos de la sociata sino tipos responsables que no quieren que la situación en Andalucía se estanque. A otro perro con ese hueso.
Una vez que se escruten los resultados del 24 de mayo quedará algo
más de una semana para convocar un último pleno de investiduara. Para
entonces, los partidos que pueden permitir la formación de gobierno en
la Bética habrán de evaluar si el cromo andaluz puede cambiarse por
algún otro, aunque no sea de tanto postín, o si es mejor enrocarse en el
no y dejarlo todo para septiembre, en unas nuevas elecciones,
donde serán tachados de chantajistas e irresponsables y ellos harán gala
de la integridad de sus principios. Más o menos.
Yo apostaría a que nos vemos en septiembre.
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