lunes, 10 de agosto de 2015

Por entrar al trapo

El tuit que leo viene a decir que el plebiscito separatista es mucho más civilizado que la guerra que obligó a Cataluña a ser sojuzgada por España. Sorprendido por el mensaje, construido a modo de gracieta, insto al autor a que me explique dónde ha leído que esa idiotez ocurriera como se cuenta y me contesta que en los libros de texto que llevó en el instituto en los años sesenta. Así las cosas, tengo que concluir que este tuitero, algo más viejo que yo y previsiblemente de izquierdas, estudió una tontería y, cincuenta años después, no solo no la ha superado sino que se la cree tanto que construye sobre ella su discurso, o al menos una parte, a favor del catalanismo.

La discusión ha continuado y en ella he sido acusado de mentir, de dominar los medios de comunicación, de robarles y, sobre todo, de querer dominar a Cataluña. Con dos cojones.

Ignoro qué parte de la población catalana comparte el punto de vista de mi interlocutor, pero su mera existencia es una prueba de cómo el discurso de los líderes termina calando en los ciudadanos y fabrica una realidad que solo existe en la mente de los que la sostienen (Joan Planas demuestra que España y yo no somos así, querido interlocutor, pero da igual: lo que no conviene, no existe)

No sé cuántos, pero, a juzgar por el éxito que han tenido las acusaciones que se han vertido sobre mí, son muchos los catalanes que están convencidos de que los españoles, los castellanos, los no-catalanes o no sé quienes exactamente, queremos dominarles, y usan para ello textos -que se les sirven desde el poder- de Felipe V, de Franco o las declaraciones de Wert, como si mi vecino y yo fuéramos Felipe V, Franco o Wert, cuando es evidente que, a mi vecino entre otro puñado de millones de vecinos, se la soplan esos tres personajes y que los catalanes sean independientes o extraterrestres. Lo que ellos quieran, vamos.

Si me sorprende un poco asistir a un caso de creación desde el poder de una conciencia determinada, y si me cuesta un trabajo enorme entender qué tiene de progresista pensar lo mismo que Mas o por qué la izquierda se complace en ser nacionalista dentro de Cataluña, lo que no entiendo de ninguna manera es lo que ocurre fuera de Cataluña.

Cualquier fuerza de la izquierda estatal (si digo española, lo mismo se ofende alguien) siente tanta aversión al nacionalismo español como complacencia hacia el nacionalismo catalán. Ahí tenemos el contracorrientismo de Izquierda Unida, la forma en la que Pablo Iglesias se ha dejado llevar por la marea o el notición de esta mañana: los sabios del PSOE piden reconocer la singularidad catalana.

En mi opinión, a estas alturas lo que está claro es que la singularidad más llamativa de los catalanes es la capacidad de sus líderes políticos de dar por saco continuamente. Desde la estúpida creencia de que si la guerra de Sucesión de 1700 la hubiese ganado el Archiduque Carlos, España se llamaría Cataluña o el idioma oficial de Córdoba sería el catalán o vete a saber qué otra ucronía, hasta la fértil idea que mi interlocutor insiste en repetir: que yo quiero dominarlo. Con dos cojones, repito.

Parece que los líderes de la izquierda tuvieran que hacerse perdonar no ser catalanes y que la única manera de ser liberados del pecado fuera hacerles la rosca, cuando lo que se está demostrando el que los nacionalistas no pararán hasta ser independientes y que los catalanes no independentistas tienen un papelón el día 27 de septiembre, el papelón de no tener nadie presentable a quien votar.

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