viernes, 9 de diciembre de 2016

De huesos pelados y otras sandeces

Imagen de Pablo Fernánez - Licencia CC


Dice la periodista que ir a según qué sitios a grabar un reportaje entraña cierto peligro y el contertulio aporta, sin pestañear ni nada, que no sabe por qué para la gente que habita esos lugares una cámara de televisión es lo peor. Al fin y al cabo, argumenta, los periodistas lo único que quieren es informar de que allí está ocurriendo un hecho delictivo.
     Para que se me entienda. Hoy, la tele le ha pagado una pasta a un tipo que considera raro que un delincuente no quiera ser grabado.
    Por razones transitorias, cada mañana me permito dedicar diez o quince minutos a ver la televisión, y cada día es posible entresacar una sentencia tan estúpidamente cómica como la que acabo de traer aquí. Conocía las tertulias políticas de la sobremesa, esas en las que los mismos dicen siempre lo mismo sobre las mismas cosas, algunas con tan poco sentido que si el moderador, habitualmente poco moderado, tuviera otro interés distinto del de ganar audiencia no permitiría que se dijeran por si algún televidente llega a prestarles un poco de atención.
     Pero lo de las franjas anteriores, según he anticipado, tampoco tiene desperdicio. El modelo es el mismo, un moderador, que en este caso es una mujer, como corresponde a un programa de menor enjundia, y una serie de contertulios que se dedican a decir sandeces sustentadas en la nada. Los mismos expertos a los que cualquier estafador convertido en padre de niña enferma los pone a bailar como pollos sin cabeza, son capaces de decir diez días después que a quién se creía ese señor que iba a engañar, como si no pudiéramos recordar que fue a ellos a los primeros que puso en ridículo.
     Si al final de la mañana, la política es el pasto de los opinantes, los sucesos lo son en los tramos anteriores. Si no hubiese raptos, desapariciones o crímenes, no sé de qué se hablaría a esas horas. Lo llamativo es cómo se puede volver un día sí y otro también sobre un tema del que se ignora absolutamente todo. Quien únicamente podría decir cosas con sentido de, por ejemplo, el caso de Diana Quer, es precisamente quien nunca lo va a hacer, por razones más que evidentes. Pero la legión de soplagaitas que gasta horas en convertir suposiciones en información de primera magnitud llega desde la Puerta de Sol hasta Majadahonda.
     Uno de los contertulios que escuché un día, tuvo un arranque de sensatez y dijo que aquella manía de darle vueltas al asunto de la chica desaparecida era como tratar de sacar sustancia de un hueso pelado.
     Por supuesto, todos los demás se le echaron encima…

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