miércoles, 25 de octubre de 2017

Anímate, Bescansa

Si aplicamos la muletilla qué harían otros países de nuestro entorno en un caso como el que nos ocupa, creo que podríamos acordar que en ningún país europeo, una minoría mayoritaria de un territorio que agrupa al 16% de la población habría impuesto su discurso al resto, no solo de ese territorio, sino de todo el país, como ha ocurrido aquí.

Que dos millones o dos millones y medio de personas (me da igual la cifra) estén trayendo en jaque a siete millones de catalanes y cuarenta millones de españoles es simplemente ridículo. La culpa, sin embargo, no es de esa minoría, que bien que hace en chulearnos a todos los demás, sino de la forma estúpida en la que el resto de la población les ha dado cancha. Bueno, sus líderes. La culpa, claro, es de los que lideran a los otros cuarenta millones de españoles. Y singularmente la izquierda, que con tal de aparecer lejos de la derecha en general y de Rajoy en particular es capaz de adscribirse a cualquier idea, por peregrina que sea.

Dos millones y medio de catalanes no pueden hacer que la izquierda albergue dudas sobre si el marco institucional que tenemos es el correcto. Pero eso es lo que han conseguido. Esa es su mayor victoria. Con tal de desmarcarse de Rajoy, toda la izquierda no ha dejado de subrayar los errores del Partido Popular y del gobierno, a la vez que ignoraban la estulticia de los
independentistas, y no han dejado de proponer soluciones satisfactorias para esa minoría como si fueran el ungüento amarillo que necesitara la mayoría. Nadie en la izquierda, en fin, ha escuchado a Borrell: la peste no justifica el cólera.

En realidad, lo más probable es que en cualquier país de Europa, los dos millones y medio no habrían llegado a existir porque el sentimiento independentista no hubiera encontrado el aliento que aquí le ha hecho crecer. Y, si desde antiguo, las concesiones a los nacionalistas para gobernar el país son responsables del mantenimiento de la llama de la diferencia, en el último período la izquierda es claramente la culpable, y singularmente la entrada en liza de Podemos, cuyos líderes están haciendo un papelón. O el ridículo, no sé bien.

Hace tiempo, escribí que Carolina Bescansa era la única portavoz de Podemos que no compartía la prosodia cansina y repetitiva de Iglesias y, medio en broma, medio en serio, sugería que sería quien le movería la silla. No sé si a Bescansa le apetece esa guerra, pero me atrevo a animarla. Después del segundo feo que le hacen, yo me pondría el cuchillo en la boca para defender lo de más trabajo y menos banderas, que es lo que parecía que había venido a reclamar Podemos, y no a jalear a los mentirosos de la independencia. O eso, o Podemos caerá en la irrelevancia. Por culpa de Iglesias y su Cataluña libre y soberana.

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