viernes, 13 de octubre de 2017

Dejar huella

Se me ocurre que algún psicólogo social estará ya analizando esto desde un punto de vista nada político, pero con la misma capacidad de explicar el fenómeno. En el lenguaje común decimos que cada día tiene su afán. El otro día escuchaba a uno de los indocumentados de la CUP quejándose de que solo estaban vivos un 20% de los españoles que aprobaron la constitución (bueno, creo que evitó decir la palabra "españoles" por si le entraba algún tipo de urticaria), como si eso fuera un defecto no ya antidemocrático (que también, claro) sino esencial. La esencia del problema es que nuestra generación (la suya, digo) tiene que hacer algo nuevo. Igual que nosotros estábamos hartos de Franco, ellos están hartos del "régimen " del 78. Da igual que no tengan ni idea de qué era vivir en una dictadura. La cuestión es sentirse vivos. Destruir lo que está construido y hacer un edificio nuevo. Dejar el piso de su padres y cambiarse a uno recién levantado.

Llegados aquí, la razón no tiene nada que hacer. A diferencia de los indocumentados de la CUP y de muchísimos de Podemos, yo he estudiado en libros de texto en los que España aparecía pintada con el color de los países del Tercer Mundo. Los años de democracia y, particularmente, los de integración en Europa, nos han hecho situarnos entre los primeros del mundo. Pero, ¿qué importa? Si uno quiere sentirse oprimido, pues va y se siente. Las palabras son gratis y soportan cualquier argumento.

En el plano político, no importa que los independentista estén haciendo lo que se hacía en España en el siglo XIX, que consistía en cambiar de constitución cada vez que se cambiaba de gobierno. Minorías o exiguas mayorías imponían su voluntad al resto, como ellos quieren hacer en Cataluña, y mientras tanto el país se atascaba en el subdesarrollo. Da igual que los hechos digan que ese mecanismo no es el mejor. No importa que los políticos sean malísimos (como dice Marsé en el artículo que me ha sugerido esta reflexión). No es relevante que con una constitución como la de 1978 (de la que yo cambiaría ahora mismo la redacción del artículo 27) nos haya ido mucho mejor. Da igual porque no se trata de los hechos, sino del afán de cada día. Aquellos a los que están moviendo Junqueras, Puigdemont, Gabriel... quieren hacer algo, dejar huella de su paso por el mundo. Necesitan tener su transición, su revolución, su mayo del 68. Su "yo estuve allí". Y ellos, los líderes, quieren ser como Lutero. Como Marx. Como Cervantes.

O como el Katrina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario