Si
aplicamos la muletilla qué harían otros países de nuestro entorno en un
caso como el que nos ocupa, creo que podríamos acordar que en ningún
país europeo, una minoría mayoritaria de un territorio que agrupa al 16%
de la población habría impuesto su discurso al resto, no solo de ese
territorio, sino de todo el país, como ha ocurrido aquí.
Que
dos millones o dos millones y medio de personas (me da igual la cifra)
estén trayendo en jaque a siete millones de catalanes y cuarenta
millones de españoles es simplemente ridículo. La culpa, sin embargo, no
es de esa minoría, que bien que hace en chulearnos a todos los demás,
sino de la forma estúpida en la que el resto de la población les ha dado
cancha. Bueno, sus líderes. La culpa, claro, es de los que lideran a
los otros cuarenta millones de españoles. Y singularmente la izquierda,
que con tal de aparecer lejos de la derecha en general y de Rajoy en
particular es capaz de adscribirse a cualquier idea, por peregrina que
sea.
Dos
millones y medio de catalanes no pueden hacer que la izquierda albergue
dudas sobre si el marco institucional que tenemos es el correcto. Pero
eso es lo que han conseguido. Esa es su mayor victoria. Con tal de
desmarcarse de Rajoy, toda la izquierda no ha dejado de subrayar los
errores del Partido Popular y del gobierno, a la vez que ignoraban la
estulticia de los
independentistas,
y no han dejado de proponer soluciones satisfactorias para esa minoría
como si fueran el ungüento amarillo que necesitara la mayoría. Nadie en
la izquierda, en fin, ha escuchado a Borrell: la peste no justifica el
cólera.
En
realidad, lo más probable es que en cualquier país de Europa, los dos
millones y medio no habrían llegado a existir porque el sentimiento
independentista no hubiera encontrado el aliento que aquí le ha hecho
crecer. Y, si desde antiguo, las concesiones a los nacionalistas para
gobernar el país son responsables del mantenimiento de la llama de la diferencia,
en el último período la izquierda es claramente la culpable, y
singularmente la entrada en liza de Podemos, cuyos líderes están
haciendo un papelón. O el ridículo, no sé bien.
Hace tiempo, escribí que Carolina Bescansa
era la única portavoz de Podemos que no compartía la prosodia cansina y
repetitiva de Iglesias y, medio en broma, medio en serio, sugería que
sería quien le movería la silla. No sé si a Bescansa le apetece esa
guerra, pero me atrevo a animarla. Después del segundo feo que le hacen,
yo me pondría el cuchillo en la boca para defender lo de más trabajo y
menos banderas, que es lo que parecía que había venido a reclamar
Podemos, y no a jalear a los mentirosos de la independencia. O eso, o
Podemos caerá en la irrelevancia. Por culpa de Iglesias y su Cataluña
libre y soberana.
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