jueves, 4 de abril de 2013

Cuando la cosa mejore

Asegura Plasmariano a través de su medio habitual de relacionarse con sus huestes y sus mandados (la pantalla de plasma) que este es un país tan corrupto como cualquier otro de los buenos y  que saldrá de la crisis en 2014. Lo dice una hora antes de que el juez impute a la hija del rey y un día antes de que el BBVA le diga que tararí que te vi, que en 2014 tampoco.
    Admitamos que así no hay quien gobierne. Si todo el mundo se empeña en llevarle la contraria, Rajoy terminará por deprimirse. Menos mal que no está solo. Le acompaña La 1 cada mañana. El martes entrevistaron a Lorenzo Bernaldo de Quirós, un conocido liberal que se pone por montera a todos los economistas del pesimismo y está ciegamente convencido de que el fin de la crisis llegará en el último trimestre de 2013, interprétese como se quiera el adverbio. Dice este hombre que los bancos alemanes son los que tienen problemas de verdad y que la reforma laboral será a nuestra economía lo que el pan tumaca al hambriento. Hemos hecho cálculos, dice, y, cuando la cosa mejore, para crear empleo solo hará falta que el PIB crezca la mitad que antes (se entiende, claro, que los cálculos son en el vacío y seguramente tan inestables como el vacío, pero se comprende lo que vienen a decir: el que quiera trabajar, cuando la cosa mejore, que se conforme con la mitad del sueldo).
    La clave está, de todos modos, en que la cosa mejore. Las compañeras de charleta de la mujer de Wert coincidían minutos antes en esa idea. Igual que Montoro, que Guindos, que Báñez, que todos. Cuando la cosa mejore. Cuando la cosa mejore llegarán a España los inversores internacionales que montarán empresas porque la reforma laboral hará atractivo nuestro país. No lo digo yo, de verdad, sino los gobernantes y aduladores de los gobernantes. Lo grave no es que el gobierno reconozca que no depende de él que la cosa mejore (aunque durante la campaña electoral estaba seguro de lo contrario) sino que el país que dibuja es un país a la espera de que vengan de fuera a convertirnos en el Estado-taller de Europa.
    Como para deprimirse, desde luego (aunque ahora hablo de nosotros y no de él), incluso aunque tengamos una corrupción comparable a la de cualquier otro de los buenos, porque a nuestros hijos se les está empezando a poner cara de asiáticos.

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