No tengo muy claro a qué juegan los medios de comunicación.
Rara vez se encuentra en ellos una posición tan unánime como la que están
mostrando en relación con la bendita
doctrina Parot. Todos los días todos los medios nos informan de los asesinos
que salen del a cárcel porque su anulación lo manda. Es como si continuamente
se nos quisiera decir que nuestra soberanía ha sido violentada por los sabihondos
de Estrasburgo.
Los medios no
hubiesen informado de la excarcelación de los asesinos de Olga Sangrador o
Anabel Segura en cualquier otra circunstancia. No es una noticia que un preso
deje de serlo. Lo que es noticia es que ya no son presos porque lo ha decidido
un tribunal alsaciano. También podría hacerse hincapié en el tiempo de más que
han pasado en la cárcel con respecto a los que hubieran pasado si no se les
hubiera aplicado indebidamente la doctrina Parot. Pero eso no se hace. Diríase
que estemos asistiendo al nacimiento de un nacionalismo judicial, que es lo
único que nos faltaba o éramos pocos y parió la abuela , que diría el otro, y
no solo porque tengamos que pasar por el
nuevo bochorno de ver a Artur Mas haciendo más gilipolleces en Australia o en
Madagascar, donde le dejen.
Ahora estamos de un lado los españoles indefensos frente a
los malignos y del otro los jueces europeos que aterrizan en Babia y no se enteran de que nos están llenando, oiga, la calle de
asesinos. Lo más parecido a una reedición del contubernio de Munich, se mire
como se mire. Una mandanga, en fin, que convierte a los excarcelados en carne
de informativo, hombres a los que se les proporciona una notoriedad añadida que
no les viene nada bien si la cárcel los ha redimido y no garantiza nada a nadie
si no lo ha hecho. Los medios juegan con ellos, porque los convierten en
instrumentos, y con nosotros, porque pretenden dirigirnos el pensamiento de una
manera capciosa.
Y, por cierto, ningún medio se pregunta por qué los excarcelados
que no son de la ETA salen de la cárcel
a pecho descubierto y a los etarras los escolta
una veintena de policías. Deben de ser ex-convictos valiosos para el
Estado, aunque no sepamos dónde reside su valor.
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