jueves, 10 de marzo de 2016

Cómo hemos cambiado

No sé qué me ha pasado en los últimos cuarenta años que no me reconozco. Entonces, hace esas cuatro décadas, era capaz de imaginarme una sociedad pacífica, desmilitarizada, sin ejércitos ni policías, que eran las instituciones que generaban la violencia, puesto que vivían de ella, y que no nos harían falta una vez que instalásemos la nueva sociedad como un dormitorio de Ikea que, por cierto, todavía no existía. La cosa era bien simple y consistía en que todo el mundo tenía que pensar como yo, lo que no me parcía nada difícil dado que yo había llegado a ese estadio por mí mismo y la ayuda de cuatro lecturas mal hilvanadas. No había ninguna razón para que la gente de mi generación pensase de forma diferente a mí. Al fin y al cabo la generación de nuestros padres pensaban todos igual (pensaban justamente lo contrario) y eso jugaba a favor de mi optimismo.

No sé qué me ha pasado, digo, porque cuando leo que Ada Colau le ha dicho al ejército que no le parece bien que hayan puesto un stand en una feria educativa, en lugar de aplaudirla he pensado que el Daesh está acampando en el Norte de África y que una campaña educativa en condiciones no iba a servir para que cambiasen su punto de vista de las cosas; si acaso, terminarían merendándose a los maestros. Ha sido éste mío un pensamiento al azar, un poco loco, desavisado, como la primera respuesta en esos absurdos tests piscológicos, y me ha preocupado, lo admito. Ha sido entonces cuando me he puesto a pensar en que no sé qué me ha pasado que no me reconozco de cuarenta años a esta parte, y aunque mantengo de aquellos tiempos que jamás entraría en una institución donde la última razón son los cojones del que manda, temo que, dentro de otros cuarenta, hasta esto termine por parecerme bien.
Espero que no, claro.

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