martes, 16 de febrero de 2016

De gónadas y tal

No entiendo gran cosa de religión ni de mujeres, lo que no sé si me autoriza o me descalifica para escribir lo siguiente, cuyo armazón principal viene a ser que la Iglesia católica (al menos la pre-francisca) y sus más acérrimas opositoras coinciden en preocuparse demasiado por lo que ocurre entre las piernas de las mujeres.

Tampoco entiendo gran cosa de poesía, por lo que no puedo valorar si «sea santificado vuestro coño / la epidural, la comadrona /... / hágase su voluntad en nuestro útero/.../y no permitáis que los hijos de puta...» etcétera, etcétera tiene un gran valor poético, aunque sospecho que nunca se estudiará junto a famosos rojeras como Lorca o Celaya. Ni junto a ellos ni lejos de ellos, digo.

Mis reducidos conocimiento de feminismo me llevan a recordar que las militantes, hartas de ser la mitad invisible del mundo, tienen un especial empeño en reivindicar su genitalidad, y para ponerse a la altura de la prepotente exhibición masculina de sus gónadas, gustan de nombrar con frecuencia la periferia de las suyas.

Dicho todo esto, que en los años que corren una poetisa salmodie en un acto de entrega de premios un texto como el que ocupa estas líneas no me parece digno de aplauso. Es un mal poema, si es que es poema; lo que reivindica -si reivindica algo- está más que asumido por la mayoría de las mujeres de hoy y solo sería valiente, como decía Colau, si hubiera retorcio el Corán y no el Padrenuestro, según insinuaba Trías... y todo eso sin contar con que mi falta de sutileza no me permite comprender que para una feminista la expresión «hijode puta» siga siendo un insulto.

A lo mejor, hace treinta o cuarenta años sí hubiera aplaudido por rompedora a la Miguel. Hoy solo me ha parecido una salida de tono con el que se ha puesto, como digo al principio, al mismo nivel que los curas, más preocupados por la entrepierna de las mujeres que por las mujeres.

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