lunes, 22 de junio de 2020

A vueltas con mi machismo

Lo que comprendí ya hace dos años se está convirtiendo en una realidad de pesadilla, porque no otra cosa sino una pesadilla es ver cómo me está atrapando el tiempo a pesar de que no dejo de correr para que no me sepulte bajo el peso de sus nuevas costumbres, sus nuevos hábitos, sus nuevos pensamientos.
    Hace algunas semanas tuve constancia de que estudiantes de universidad habían manifestado su indignación (no mero descontento) por el contenido de un informe de evaluación global que redacté sobre ciertos trabajos sobre los que debía pronunciarme.
    Anclado en los viejos tiempos, me dio por suponer que, puesto que el tema era la educación sexual, la protesta debía de provenir de algún estudiante que en su discurso se había manifestado católico ortodoxo y, por lo tanto, contrario a según qué cosas (casi todas, supongo) de las que se producen de cintura hacia abajo.
     Pero no. Me equivoqué.
     La indignación, que no descontento, provenía de un número desconocido, pero quizás no pequeño y, en todo caso, mayor de lo que yo creía que era el sentido común, de mujeres (estudiantes) que se quejaban porque mi punto de vista sobre la educación sexual era parcial, opresor, heredero de los tiempos oscuros del franquismo y evidentemente machista.
     Mi punto de vista es que la educación sexual deben recibirla hombres y mujeres, desde la fisiología de las partes hasta el universo insondable de los sentimientos, pasando por todos y cualquier otro tema que se quiera: anticonceptivos, gustos y disgustos, placeres, fetiches, ascenso y ocaso de la libido…
     Mis antagonistas sostenían lo contrario. Uno: la mujer ha sido oprimida por el hombre desde la noche de los tiempos. Dos: la ausencia de educación sexual es una de las manifestaciones de la opresión. Tres: la liberación de la mujer pasa porque sea ella la única receptora de la educación sexual.
     Lo escribo y me sigue pareciendo un disparate. Pero las palabras están en mi correo electrónico, el mismo que algún día habrá de tragarse una tormenta magnética. Y siento que quienes las defienden son mayoría, que en este asunto me he quedado atrás. Que pertenece al pasado creer no ya que a la igualdad se llega con igualdad, sino que en cosas de dos inútil es dejar fuera a uno.
     Durante muchos años sentí que estaba en la cresta de la ola, que era un hombre de mi tiempo, que mi pensamiento era congruente con el del mundo en el que vivía, que alzaba la vista y veía el mundo con claridad. Después de este episodio, siento que estoy navegando en el valle de la ola, escondido, que estoy a punto de ser aplastado por la masa de agua que tengo encima cuando pierda su inercia, que cuando alzo la vista veo la cortina de agua que cae delante de mí, una lente imperfecta a través de la que solo veo un mundo desdibujado que ya no me pertenece.

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