viernes, 20 de noviembre de 2009

Costumbrismo

Publicada el 20 de noviembre de 2009 en El Día de Cuenca y otros, supongo.

"Muérdeme, márcame, me gustaría que todos lo supieran.» Eso es lo que le pide la joven y recién casada Marthe Grangier a su aún más joven amante, protagonistas los dos de El diablo en el cuerpo, del también jovencísimo escritor Raymond Radiguet. La demanda de la señora Grangier responde al febril empeño de su compañero por morderle, nos dice, en todas las partes de su piel que no quedan ocultas bajo el vestido. La acción transcurre durante la Primera Guerra Mundial, hace ya casi cien años, y nos pone al corriente de una banalidad como es el mantenimiento en el tiempo de ciertas costumbres amatorias. Sin embargo, lo que quiero subrayar es el alcance del cambio social que se está produciendo. No descarto que mis conclusiones sean falsas porque se basan en la observación casual y no en la medición sistemática, pero yo diría que en estos días son muchos más numerosos los varones que suplican a sus compañeras que los marquen que a la inversa. No hay más que ver cómo las calles, los bares, los centros educativos o las canchas deportivas están pobladas por esta yo diría nueva especie de varón que es el «varón marcado»: un tipo que luce sin complejos las dentelladas y succiones de su pareja, bien parecidas por su apariencia y colocación a las de los vampiros de toda laya. Que el varón pida ser marcado presupone la inversa (o sea, que la chica desea mostrar los límites del territorio que le pertenece) y esto abre un interesante campo de estudio a la etología humana. Ellos, los «varones marcado» no lo saben, pero cuando piden o permiten ser lacerados quizás estén dando un paso más hacia la desaparición del macho dominante.




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