viernes, 13 de noviembre de 2009

Museos

Publicada el 13 de noviembre de 2009 en El Día de Cuenca y otros, supongo.

Desde que acudir a las exposiciones de moda se ha convertido en un signo de distinción, ir al museo es una experiencia tan inútil como leer un libro lleno de bellas ilustraciones si lo que uno quiere es enamorarse de una obra de arte, con la diferencia, a favor del libro, de que en el museo ni siquiera se aprenderán cosas sobre los cuadros. Las direcciones de los museos han decidido hacer entrar al público por tandas sin que se sepa muy bien por qué, salvo que quieran demostrar que las personas que se reclaman ilustradas son más dóciles que otros colectivos y por lo tanto se les puede tratar como ovejas con extrema facilidad. Cuando se abre la puerta, decenas de aspirantes a quedarse epatados ante, digamos, Sorolla, entran a la vez y a la vez se dirigen al primer cuadro y luego al segundo y luego al otro y al otro. Cada cuadro es mitad la obra de arte que los expertos dicen ser, mitad las cabezas de los que han llegado antes, y si llegas el primero y quieres seguir siéndolo has de acercarte tanto que más que espectador pareces perito de falsificaciones. Inútil querer acercarse a la información que se ha dispuesto junto al cuadro salvo que no se quiera recuperar el lugar del que se ha salido. Inútil también dejar pasar al último de tu tanda porque de inmediato te verás agobiado por la tanda siguiente, una nueva horda de ilustrados sobre los campos cataláunicos en que se convierte el espacio museístico. Imposible dedicarle más de un minuto al trabajo en el que un gran tipo invirtió semanas o meses. Se trata de sumar visitantes, no degustadores del arte. Mejorar estadísticas y no el gusto estético de los ciudadanos. Así las cosas, mejor quedarse en casa o comparse el libro.





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