La pobreza en general y más recientemente las guerras de
Irak, Afganistán y Siria están pasando de Internacional a Nacional en la prensa
europea a causa de la que se ha definido como la mayor crisis migratoria desde
la II Guerra Mundial, lo que dicho de esa manera no deja de ocultar la tragedia
de cientos de miles de personas que, según vemos en la televisión, cada vez
tienen la piel menos oscura…
Las teorías y explicaciones son diversas: por un lado, los
hay que consideran al mundo desarrollado el causante de todas las desgracias
del Tercer Mundo. Por otro, quienes creen que los pobres se las saben apañar
ellos solos para seguir siéndolo. Luego hay ministros y otra gente de poco
pensar que creen que la razón de todo está en las mafias que trafican con
personas. Oigo a algunos políticos más bien nuevos y de una izquierda
arregladita y de salón diciendo que hay que ir a los orígenes del problema, en
referencia a que tenemos que desarrollar a esos países, nosotros que sabemos
tanto de la cuestión.
Lo cierto es que en este momento estas grandes o mezquinas
ideas no sirven de nada. El médico de urgencias recompone el esqueleto roto del
automovilista y deja para los teóricos de la seguridad vial cómo conseguir que
no le lleguen más conductores destrozados. Quiero decir que en este momento,
Europa es el médico de urgencias que tiene que acoger a los centenares de miles
de personas que se han plantado en sus fronteras y que seguirán haciéndolo
porque es preferible ser pobre aquí que rico allá o porque aquí, simplemente, aquí
se puede seguir siendo y allí no.
Dicho esto, lo que Europa debe pensar es que, como hospital,
ha tenido una gerencia desastrosa. Por una parte, los gerentes no han querido
integrar en una sola unidad de atención a todas las plantas, de forma que cada
una de ellas ha funcionado como si fuese un hospital independiente, cuando no
tenían capacidad para atender ni para retener a los que llegaban. Imaginemos a
un centro sanitario con los enfermos moviéndose de una planta a otra, a ver si
en alguna encuentran quien quiera o pueda curarlos.
Pero, por otra parte, Europa no ha comprendido que todo lo
que pasaba fuera de sus fronteras terminaría por afectarle y en general ha
jugado un papel de observador, de seguidor de políticas no exactamente propias…
o simplemente ningún papel. Esto más o menos ha valido porque durante mucho
tiempo las guerras regionales generaban desplazamientos reducidos de población,
campamentos de refugiados en países desérticos y tan pobres o más que aquellos
donde se estallaban los misiles. Otro tipo de consecuencias no pasaban de sustanciarse
en un movimiento especulativo en las Bolsas y unos cuantos ayes dichos aquí y
allá. Pero ahora que se ha globalizado la desesperación, podríamos decir que estamos
pagando la impotencia o el cierto desinterés
habitual por lo que ocurría en el Asia más próxima con este fenómeno en
el que (no se olvide) nosotros no somos la famélica legión.
La “crisis migratoria” es una muestra más de la imperiosa
necesidad de que Europa avance en políticas comunes más allá de las económicas.
En dos o tres, en lo que a esto respecta. La política de inmigración, entendida
como política interior de toda Europa; la política exterior, la más inexistente de
todas las que desarrolla la Unión; y,
consecuencia directa, la política de defensa o, sin eufemismos, de guerra.
Porque hoy, convertidos en médicos de urgencias, tenemos que
atender a los heridos, pero este de ahora puede no ser el mayor problema que
tengamos que encarar . ¿O es que realmente los gabinetes de expertos de los
países europeos no están considerando el Daesh como una amenaza real para
Europa? Me parece que sí lo están haciendo.
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