viernes, 25 de septiembre de 2015

El ramillete



Un escogido ramillete de antiguos ministros y actuales miembros de consejos de administración de empresas boyantes se han puesto de acuerdo en que la Constitución no valora suficientemente la singularidad de Cataluña y piden que se reforme para ello. La Constitución, claro, no Cataluña.

Estoy de acuerdo en que Cataluña es singular, porque si fuese plural hablaríamos de cataluñas. Singular significa único en su especie, extraordinario, raro o excelente y, como no vamos a decir que Cataluña es una cosa rara, no me importa que se escriba un artículo tres de la Constitución del tenor de Cataluña es una comunidad como no hay otra en España. Incluso admitiría sin problemas que se escribiese un añadido a lo miss mundo que dijese algo así como que está llena de gente magnífica que la hacen magnífica en su conjunto. Si con esto los catalanes se sienten reconocidos y valorados, por mí que no quede.

Me temo, sin embargo, que no será suficiente con un dni floreado donde, además, se escriba que el ciudadano que lo porta es originario de la singular Cataluña. Me temo que los antiguos ministros dicen, pero bajito, que la Constitución debe facilitar a Cataluña medios singulares para su financiación, que pueden adoptar muchas maneras (el cupo, la cesión completa del irpf...) pero que terminarán en excluir singularmente a Cataluña de la aplicación del principio de solidaridad interterritorial que está reconocido en la Constitución del 78.

En realidad, si los catalanes fuesen tan singulares que lo hicieran todo bien, más allá de cualquier comportamiento humano, ni siquiera pondría objeciones a esta idea y lo que haría sería preparar las maletas para mudarme allí o apuntar a mis hijos a clase de catalán. Pero la singularidad de Cataluña no le alcanza para tener, necesariamente, gobernantes singularmente eficaces y no tengo ninguna garantía de que la plata extra de la que dispondrían no se la fuesen a gastar en abrir embajadas en Nepal y financiar estudios que demuestren que históricamente los demás somos tontos y que tienen que independizarse, que ya está bien de colonialismo.

Las buenas intenciones de los antiguos ministros para con, al menos, las empresas de cuyos consejos forman parte (que son las que temen que el conflicto estropee sus cuentas), no evitarán la perpetuación del bucle independentista. Guardiola lleva razón: no hay vuelta atrás. Supongo que, en su momento, pudieron hacerse las cosas de otra manera. Pero en su momento.

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