jueves, 28 de abril de 2016

Tocar el pito

Hago memoria y no encuentro ninguna ocasión en la que me haya sentido más ridículo, y eso que a mis años uno ya ha hecho el tonto bastantes veces.
Pero ninguna como esa en la que un operario me dice que toque el claxon y yo obedezco y el operario hace una marca positiva en el formulario. 
Acabo de pagar cincuenta euros y, a cambio, tengo que tocar el claxon. De esta manera acabo de asegurar una parte de la seguridad vial futura. De la mía y de las viejecitas a la que no atropellaré porque me funciona el pito. El del coche, quiero decir.
Otras operaciones de enjundia son la comprobación de que me funcionan los intermitentes y de que si los coches con los que me cruzo por la noche no me hacen señales mientras posiblemente me insultan es porque, en efecto, llevo bien las cortas y las largas.
No entiendo mucho la teoría de la ITV, pero me gustaría conocer si existen estudios del número de averías importantes que pueden dectectar antes de que los usuarios se den cueenta de ellas y del número de accidentes que las ITV han podido contribuir a evitar.
Admito que existen conductores dejados que llevan sus coches hechos unos zorros, pero aplicar la sospecha de irresponsabilidad a la totalidad de los usuarios me parece excesivo. Sobre todo si cuesta dinero. Y el colmo es, como me acaba de pasar, tener que pasar por el aro cuando mi coche está todavía en garantía. Es decir, cuando, si no soy idiota, hago las revisiones oportunas y, si el concesionario no es idiota, me hará las revisiones cuidodosamente.
Me obligan a hacer cuentas y una estimación inicial me dice que cien mil vehículos pasarán por las mismas instalaciones que yo. Eso supone unos cuatro millones de euros de facturación anual para un negocio sin (a estas alturas) amortizaciones, inversiones ni competencia.
¿Puede ser que entienda ya mejor por qué tengo que tocar el pito?

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